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Aunque Gloria es partidaria de educar en la moda desde la familia, hoy parece más difícil. “Oigo a muchas madres quejarse de que no pueden ir de compras con sus hijas. Lo he vivido en la tienda. Viene la madre que quiere que su hija tenga un estilo determinado y la hija no lo tiene ni por asomo. Y aquella madre no se sabe poner en el lugar de su hija. Y por eso a la niña, sea de la edad que sea, le gustará más ir de compras con una amiga que con su madre, porque madre e hija siempre van a chocar”.

Y el caso contrario: la madre que quiere imitar a su hija, algo que a la hija le horroriza y ‘veta’ las decisiones de la madre. “Veo mujeres que están estupendas con determinados modelos que, al final, no se atreven a comprar porque, me dicen, “mi hija me va a decir que no me lo ponga”. Es una cuestión de pudor, las hijas sienten pudor por sus madres, mayor cuanto más pequeñas son”.

El pudor es uno de los conceptos pasados de moda cuya desaparición más lamenta Casacuberta. “El pudor existe, por mucho que hoy haya caído en desuso la palabra. Una niña pequeña tiene muchísimo pudor. Fijaos que no se duchan con sus hermanos, ponen muchísimo cuidado de mostrarse sin ropa. El pudor se lo arrancamos nosotros de cuajo, hoy día a los diez o doce años. Antes sucedía quizá más tarde, pero hoy día no, y eso es un gran error por nuestra parte”.

“Este pudor –insiste Gloria con vehemencia- no se puede perder nunca. Porque, al final, no es más que otro aspecto de lo que llamamos ‘glamour’. Es el misterio, el candor, lo que hace que la mujer sea femenina ante el hombre”.

Otro concepto del que no se habla o, al menos, no sin cierto desprecio. Otro gran error, este nacido casi de un malentendido, de un modo erróneo de entender el mundo laboral. “Lo que sucede es que la mujer tiene que valorar muchísimo su trabajo, y en él tiene que medirse con el hombre y ser, no ya un diez, sino un once. Pero en ese esfuerzo es frecuente que dé de lado su feminidad, la aparque pensando que es un obstáculo. Lo que no advierte es que esa feminidad es también importante en el trabajo porque en la propia dinámica profesional mujeres y hombres ven las cosas de modo muy distinto cómo lo ve el hombre a cómo lo ve la mujer. La mujer no debe perder nunca ese eje central de su vida que es la feminidad”.

Para Gloria, “la mujer es la gran perdedora de nuestro tiempo. Con tanto feminismo, machismo y todas estas cosas, la mujer ha perdido todas las cartas de navegar”.

“Estudié arquitectura en la escuela pública y disfrute un montón, y no solo me refiero a las fantásticas relaciones con los compañeros. Recuerdo esos trabajos que teníamos que hacer a mano, trabajos que exigía una dedicación de 48 horas, que hacíamos escuchando la cadena de Arquitectura en la radio…También tuve maravillosas experiencias con profesores; allí conocí el que ha sido uno de mis grandes amigos, mentores, casi un segundo padre para mí, Andrés Perea. Pero también ahí pensaba de forma radicalmente diferente a mis profesores. Queríamos, mis compañeros y yo, hacerlo todo diferente. Como con mi madre, al principio pensaban que se nos pasaría, pero empezamos a revolucionarlo todo”.

Y no es, precisamente, que la Arquitectura le hiciera ascos a la revolución. “En aquella época nos enseñaban que la buena arquitectura debía diferenciarse, y que la base de esa diferencia era que el concepto y la idea del diseño tenían que ser únicos y que se ha de expresar la idea con contundencia; ya en tercero de carrera hablaba de ecología con mis profesores, cuando nadie sabía nada del tema”. Pero la verdadera lucha vino cuando, ya convertida en una joven e inconformista arquitecta, empezó a defender su visión. “Defendía la legitimidad de la ‘criatura’, y sufrí ataques de una enorme agresividad al incorporarme al ejercicio profesional, especialmente por parte de mis propios compañeros. Yo creo que se sentían amenazados por el cambio de modelo de la arquitectura del momento. Los jóvenes representábamos una ruptura, muchos dramas profesionales entre gente con una concepción totalmente desfasada de la arquitectura. Éramos una clara amenaza porque empezamos a trabajar muy pronto diciendo verdades, trabajando con presupuestos muy pequeños y, gracias al ordenador, con mayor autonomía”.

Una de las claves de esta diferencia era presupuestaria, de costes. “Antes un arquitecto no podía empezar a trabajar si el cliente no tenía el dinero suficiente, pero ahora nosotros conseguíamos hacerle una oferta por mucho menos. En nuestro esquema, lo imprescindible es la voluntad de hacerlo. Si eso existe, pues ya lo montaremos, tirando mucho de reutilización”. El segundo punto diferenciador para Izaskun es la expresión, donde intentan sus compañeros y ella, captar la agenda estética del cliente. “El cliente, para nosotros, no es solo consumidor, sino también productor. Esa visión nos ha llevado a introducir elementos estéticos que les hagan sentir más cómodos y que estaban prohibidos académicamente. Es la ‘estética expandida’ al modo de Leroy Gorham, que se aleja mucho del purismo”.

Ya solo eso enfrentaba radicalmente a la joven arquitecta con una profesión que, en la carrera “te enseña a amar la industrialización”. Izaskun, por el contrario, opina que hay que ser muy crítica con este fenómeno que ha creado “muchísimas necesidades absurdas” y que ha llevado hacer por ejemplo, ciudades pensadas para el coche y no al revés.“No es que defienda una vuelta romántica al pasado, aunque en algunos aspectos de mi vida sí lo hago, pero creo que hay que revisar este fenómeno, esta industrialización. Es la negación de un modelo, del de esa mujer que se hacía sus propios vestidos. Es una vuelta a la estética, al replanteamiento estético de que se deja, o más bien se devuelve la parte final de la cadena de producción al propio consumidor. Me recuerda a cuando mis profesores ponían el ejemplo de un ama de casa que se hace construir una barandilla “porque no sabe nada”. Pues no, claro que sabe; el ama de casa sabe lo que quiere y lo que le gusta”.

En este sentido, Izaskun recuerda un encargo, un patio de juegos para adolescentes. “Hicimos estudios con ellos. Por supuesto, la arquitectura les es indiferente, ni siquiera te saben decir de qué color es la teja de una catedral que han visto miles de veces, pero si recuerdan las vivencias a su alrededor”.

Alba se entusiasma hablando del flamenco, que es dolor y alegría, intensidad y misterio… Y un problema a veces, un enigma al que enfrentarse y ‘resolver’. “Las letras del flamenco cuentan historias sobre todo del pueblo, del trabajo duro, de la pérdida, del amor y de poesía popular sencilla, ¡y son preciosas! Pero algunas de ellas hablan tan concretamente de una época social determinada, que me cuesta mucho conectar por falta de vivencia”.

Todo lo que otros han creado, Alba, antes de interpretarlo, tiene que hacerlo propio de algún modo. “Necesitaba pasar por mí las cosas. Yo quería cantar lo que veía, sentía y entendía. Necesitaba otras músicas y historias además del flamenco, para expresar lo que yo quería.” Es posible innovar en el flamenco, como ha hecho con enorme éxito, por ejemplo, Paco de Lucía en la guitarra, al que cita Alba. El baile también ha evolucionado muchísimo, pero crear un ‘palo’ nuevo “es prácticamente imposible, y la verdad es que no se por qué. Hoy en día hay muchos discursos nuevos en el cante”.

De no haber sido cantante, Alba hubiera querido tener una panadería llena de tipos de panes y pasteles. O pintora. “Me he pasado la vida pintando personajes. Tengo libretas enteras donde reflejo todas las historias que me pasan. Si alguien, o alguna situación me impacta, o lo escribo o lo dibujo. Ahora mi marido me ha regalado un juego de pintura y estoy pasando mis personajes favoritos a acuarela”.

Y, con una jornada laboral tan intensa y extenuante, su afición favorita es… “No tengo grandes aficiones, más que disfrutar de las cosas sencillas que es lo que más me gusta hacer. Me gusta ir a la playa, dormir y dormir, comer muy bien, estar con mi familia, dar paseos,… soy muy casera. Después de trabajar necesito silencio y reposar, aunque claro, tampoco le haría ascos a un buen plato de marisco. Podría comer fuentes enteras de marisco, es mi comida por excelencia”, confiesa.